
Cuando terminó el almuerzo y salieron las personas, uno de los convidados no dejó de criticar:
-¡Fíjese qué fanáticos son los musulmanes! Menos mal que ustedes nada tienen en común con ellos.
-Sí que tenemos –dijo el padre-. Él intenta servir a Dios igual que yo. Sólo que seguimos diferentes leyes.
Y concluyó:
-Es una lástima que las personas sólo vean las diferencias que las separan. Si mirasen con más amor, discernirían principalmente lo que tienen en común… y la mitad de los problemas del mundo quedarían resueltos.
El católico y el musulmán, Paulo Coelho
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