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Desirée de Fez, comentarista cinematográfica de la edición barcelonesa de Guía del ocio, escribe que “JCVD es una película en la que Jean-Claude Van Damme se interpreta a sí mismo”. Asimismo, Àlex Gorina, quien también colabora asiduamente con dicha publicación, asevera –eso sí, en el siempre informal contexto de su sección Vicios privados, virtudes públicas- que el filme protagonizado por el actor-artista marcial belga es “el pedazo de cine verité más sincero y conmovedor de nuestras vidas”.
Veo JCVD (acostumbro a visionar todos los largometrajes de Van-Damme que llegan a nuestra cartelera, ya que, por lo común, me resultan bastante entretenidos). Toda expectativa se diluye a poco de haberse iniciado la proyección: la supuesta desmitificación del sempiterno rol heroico que –con escasas variaciones- ha venido incorporando a lo largo de las últimas dos décadas el protagonista de Blanco humano (1993) en pos de una sincera introspección personal resulta tan artificial como cualquiera de sus propuestas precedentes, amén de devenir harto más pretenciosa. Tampoco creo, pese al respetable parecer de los susodichos analistas, que el realizador Malbrouk El Mechri haya pretendido adoptar un tono estrictamente realista. Contando con la participación de los guionistas Frédéric Bénudis y Christophe Turpin, tal cineasta plantea una, a priori, interesante dicotomía entre ficción y realidad: a los imaginarios acontecimientos relatados, la fotografía, en absoluto naturalista, y determinados desplazamientos de cámara (ciertamente estilizados, pero cuyas intenciones narrativas o dramáticas se me escapan) se contrapone la confesión de un afligido Van-Damme que, encuadrado en primer plano, reflexiona sobre su adicción a las drogas y los peligros que entraña la fama. Una suerte de disertación sobre la incidencia de lo mediático en el inconsciente colectivo puntúa de cabo a rabo el metraje. Empero, en ello se queda JCVD. En un mero punto de partida; atractivo pero cuyo desarrollo llega a ser redundante, tópico y aburrido.
Os regalo un precioso poema de Leonardo Padrón (Caracas, 1959) que lleva por título Aeropuertos:
Como conclusión antes de empezar:
los aviones
últimamente
dejan un hollín en el cielo
que es la caligrafía de tu ausencia.
Las aeromozas, simultáneas y llenas de nubes,
no me perdonan la desazón.
Porque el detalle que nadie sabe
es que los aeropuertos del mundo
fueron fabricados para esperarte
o despedirte.
Y a pesar de cambios horarios
águilas y turbulencias
sordamente
te espero o despido
mientras la vida se queda inmóvil
en una maleta desesperada.
Yo te busco en los pasillos momentáneos.
Equivoco la puerta de salida.
Los altavoces juegan a confundirnos.
Yo te murmuro en el rostro de las alemanas,
en el vapor de las japonesas, en el follaje de las brasileñas.
Ahí llega un grupo, allá va una mujer,
ese hombre se me parece,
a qué hora se termina el tal vez.
En fin.
Busco una maleta que traiga el amor de sobrepeso.
Pregunto en los mostradores por la hora de ti.
Los aviones aterrizan y no estás.
Esto no es un poema,
esto es una bomba estallando
en todos los aeropuertos
donde
a pesar de tantas ofertas,
paquetes viajeros,
y señuelos de verano,nunca más vas a llegar.
Teníais razón, Pili y Angelines: La sonrisa etrusca es una espléndida novela. No se trata, simplemente, de que José Luis Sampedro escriba rematadamente bien... La historia de Salvatore, un anciano calabrés cuyas últimas semanas de vida discurren en la ciudad de Milán, rebosa sensibilidad y ternura. Gracias por la recomendación, guapetonas. Os quiero.
Muy Querida Elena:
La Era del Anticristo ha finalizado: ¡BARACK OBAMA ES PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA!
PD: Gracias, Dios, en ocasiones eres un tío grande.
Bien sabes tú mi buen Dios, que mis oraciones son cada vez más morosas…
Mas te imploro que gane Obama... para que cambien un poco las cosas.
Andábamos ambos en pos de idéntica quimera: una anatomía sobre la que dibujar caricias, certidumbres y orgasmos.
Nos ubicamos a las segundas de cambio: seamos amigos, pues.
Compartimos desde entonces desazones y hecatombes mellizas.
Y –como si la cosa no fuese con nosotros- un buen día empezamos a amarnos.
Llueve a cántaros sobre Barcelona. Trato de hilvanar un poema; pero las palabras, empapadas, borrosas y grises, me deshilvanan a mí.