jueves, 25 de junio de 2009

NOTAS SOBRE LISBOA

A orillas del río Tajo, el majestuoso Arco Triunfal de la Plaça do Comércio se erige en puerta de entrada a la Baixa lisboeta, barrio de trazado cuadricular ideado por el Marqués de Pombal a resultas del terremoto que destruyera la práctica totalidad de la urbe en el año 1755. En dicho enclave se alzan, guardando una escrupulosa homogeneidad, señoriales edificios de viviendas cuyas fachadas, hoy visible y lamentablemente deterioradas, retrotraen al visitante al esplendoroso pasado capitalino.

La Rua Augusta, atestada de comercios, y el Rossio (nombre popular que recibe la Plaça D. Pedro IV) devienen igualmente puntos neurálgicos de dicha parte de la ciudad. Asimismo, os recomiendo que toméis el elevador de Santa Justa, el cual llama poderosamente la atención, tanto por sus dimensiones como por su singular estructura de metal forjado, rematada con vistosas filigranas; tal ascensor, cuyo diseño neogótico data de principios del siglo anterior, os facilitará un rápido acceso al Bairro Alto, sito, como su propio nombre indica, en la parte alta del centro de Lisboa.

Llegados allí, resulta de todo punto aconsejable tomar una bebida en una de las numerosas terrazas de los cafés de los concurridos Rua Garret y Largo do Chiado; sentado ante una de las mesas del popular A Brasileira –ruego reparéis en su preciosa fachada de estilo art noveau-, el gran, grandísimo poeta luso Fernando Pessoa (1888-1939), apenas si advertido entre el incesante tránsito de lugareños y visitantes, os invita a sentaros junto a él; la escultura, esmeradamente trabajada en bronce, es obra de Lagoa Henriques. A pocos pasos de ésta, en la Rua do Alecrim, una estatua dedicada a otro insigne escritor portugués, Eça de Queirós (1845-1900), constituye una bellísima muestra simbolista (cabe decir al respecto que es común en la capital la presencia de motivos simbolistas, para deleite de un servidor).

Al otro lado de la ciudad, la barriada de Alfama se levanta sobre las colinas, al pie del Castelo de São Jorge. La impecable geometría de la Baixa contrasta abruptamente con este laberinto de callejas, cuyo trazado recuerda al de las kasbahs árabes. Antaño lugar de residencia de las clases más favorecidas, hoy el vecindario de Alfama alberga a una población humilde que tiende sus ropas al sol y a las miradas foráneas. Una amalgama de olores procedentes de cocinas desconchadas se derrama sobre las estrechas aceras alfamenses. Enfocada al turismo, abundan en la zona las tabernas, los restaurantes (algunos de ellos localizados en recoletas plazas) y las tiendas de recuerdos. Amén del mentado castelo, recinto amurallado punteado por almenas, torres y amplios portones en el que residieran el rey Alfonso Henriques y su esposa Mafalda de Saboya tras el sitio de Lisboa, allá en el año 1147, disfrutaréis de unas magníficas vistas de la ciudad desde los miradouros de Graça y de Santa Luzia. Ubicada igualmente en dicho espacio, la Sé (catedral) muestra un espléndido frontispicio románico, si bien el interior de la misma no me pareció tan hermoso como el de otras iglesias locales (la capital de la República Portuguesa rebosa de lugares sacros, en los que, a diferencia de nuestra tradición religiosa, que rinde culto al Cristo crucificado, toma como figura central devota al Cristo de los Pasos, quien, postrado de rodillas y ataviado con una túnica de color lila, carga una pesada cruz sobre sus espaldas).

Subidos en uno de esos añejos y entrañables tranvías que se deslizan sobre la calzada lisboeta – ¡cuánto hubieses disfrutado, Ricard, amigo mío!- llegaréis a Belém, bordeando el caudaloso Tajo. Tal distrito ha devenido uno de los centros culturales más importantes de la metrópoli. El Mosteiro dos Jerónimos, con su claustro manuelino, el Monumento a los Descubrimientos, imponente escultura de piedra de 52 metros de altura que honra la memoria de Enrique el Navegante y de todos aquéllos que participaron en los descubrimientos acaecidos casi seis siglos atrás, la Torre de Belém, antaño fortaleza defensiva edificada sobre las aguas, y el Museu Nacional dos Coches, que alberga la mejor colección de carruajes de toda Europa, figuran entre las excelencias del conjunto belenense.

Harto recomendable, asimismo, es arribarse a la Serra de Sintra, lo cual resulta del todo factible, habida cuenta de que desde la céntrica estación del Rossio cada veinte minutos sale un tren en dicha dirección. A lo largo de una apretada jornada, tuve ocasión de visitar el Castelo dos Mouros, recinto fortificado árabe del siglo VIII de serpenteantes murallas, el exótico Palácio da Pena –diríase directamente extraído de un cuento de hadas- y el Palácio Nacional, ubicado en plena villa de Sintra.

Llegaos, pues, a Lisboa, viajantes.

PS: Mañana me largaré a Málaga a pasar unos diítas; pero ésa, definitivamente, es otra historia.

2 comentarios:

El Cine según TFV dijo...

Magnífic relat, ple de detalls i de sentiments, bons, com no podia ser menys venint de tú. Prometo que algún any m'hi arrivaré.
Una abraçada,
Tomàs.

The Fisher King dijo...

Gràcies, amic! Lisboa t'està esperant!