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El pare afusellat.
O, com el jutge diu, executat.
La mare, la misèria i la fam,
la instància que algú li escriu a màquina:
Saludo al vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia deixar els fills
dins de la Casa de Misericòrdia.
El fred del seu demà és en una instància.
Els orfenats i hospicis eren durs,
però més dura era la intempèrie.
La vertadera caritat fa por.
És com la poesia: un bon poema,
per bell que sigui, ha de ser cruel.
No hi ha res més. La poesia és ara
l'última casa de misericòrdia.
Casa de misericòrdia, Joan Margarit
El padre fusilado.O, como dice el juez, ejecutado.La madre, ahora, la miseria, el hambre,la instancia que le escribe alguien a máquina:Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos en esta Casa de Misericordia.El frío del mañana está en la instancia.Hospicios y orfanatos fueron duros,pero más dura era la intemperie.La verdadera caridad da miedo.Igual que la poesía: un buen poema,por más bello que sea, será cruel.No hay nada más. La poesía es hoyla última casa de misericordia.
Casa de misericòrdia, poemario del catalán Joan Margarit, ha obtenido el presente Premio Nacional de Poesía. Enhorabona, poeta.
Veo Sangre de Mayo, apreciable película. En las escenas en las que Quim Gutiérrez, protagonista masculino del filme, muestra al desnudo la parte superior de su cuerpo, podemos apreciar la mata de pelo que cubre su torso. ¡Aleluya! ¡Ya era hora de que apareciera en pantalla un hombre sin depilar!
Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, ha asegurado en el Congreso de los Diputados que “en estos momentos no hay nada que ponga en riesgo los ahorros de los españoles”.
Así sea, Sr. Fernández Ordóñez, porque, entre unos y otros, nos tienen acojonados a todos.
Dos décadas atrás se estrenó en Italia Cinema Paradiso, modesta pero a todas luces hermosa película. Dicha cinta, que, amén de resultar premiada un año después en el Festival de Cannes, ganó el Oscar al mejor filme de habla extranjera en 1990, le reportó a Giuseppe Tornatore, por aquel entonces joven y prácticamente novel realizador cinematográfico, un clamoroso éxito.
Acusado de sentimentaloide y manipulador de emociones por comentaristas curtidos en mil y una vicisitudes vitales (ésos que también arremeten contra Spielberg al tiempo que loan las excelencias dramáticas del director vietnamita de turno), ninguna de las posteriores propuestas del cineasta siciliano, notables algunas, insuficientes otras, caló demasiado hondo en el público. “Del director de Cinema Paradiso nos llega…”. Tal era el reclamo comercial que acompañaba la promoción de dichas obras. Invariablemente.
Pues bien, del aclamado director de Cinema Paradiso nos llega La desconocida, largometraje que me ha desconcertado como ningún otro. Me explico. La película dura 118 minutos. Los primeros 116 me parecen ridículos, torpes, efectistas, redundantes… Empero, ¡qué dos últimos minutos! Pocos finales me han resultado tan hermosos y emotivos. De repente, me puse a llorar como un cocodrilo, sin dar crédito a lo acontecido. De bodrio infumable a maravilla sentida.
Dos preciosos minutos y una llorera no salvan una peli… pero le hacen sentir a uno más vivo.
Veo un apreciable filme de terror: Los extraños. Cierto es que determinados pasajes del mismo resultan un tanto predecibles y reiterativos (¡esa puerta golpeada ad infinítum!). Cierto es, igualmente, que le sobran algunas truculencias: manidos efectos sonoros y visuales cuya única finalidad es “asustar”, sin más, al espectador, tal como si éste se hallase en una casa del terror de un parque de atracciones (pienso en la “sorpresa” final, colmo de gratuidad –por no decir de estupidez- que malogra la malsana atmósfera que preside dicha escena); el susto por el susto, vamos. Sin embargo, cuando Bryan Bertino, quien debuta en la dirección con este largometraje, se abstiene de semejantes superficialidades, sustituyendo así el mero espanto por un horror genuino, la peli obra un efecto poco menos que milagroso dado el actual panorama del género terrorífico: dar miedo (verdaderamente espeluznante el instante en el que vemos en primer término al personaje que interpreta una esforzada Liv Tyler al tiempo que al fondo del encuadre se perfila la amenazadora presencia de un sujeto que oculta su identidad cubriendo su cabeza con una especie de saco: la irrupción de lo maligno apenas si es esbozada, mostrada sin énfasis alguno: cine en su más pura esencia). Dos propuestas cohabitan, pues, en Los extraños: la una, vulgar y efectista, en suma, mil veces vista; la otra, sutil, fresca y, ciertamente, inquietante. Una verdadera pena: lo que podía haber sido un peliculón en toda regla deviene una obra algo fallida.
Viajar es el mejor antídoto posible contra nacionalismos, independentismos, patriotismos exacerbados y demás retrasos mentales. Asir con determinación una maleta e ir al encuentro de lo tangible, de las personas de carne y hueso. Cada paso dado, cada kilómetro recorrido, nos aleja de calculadas abstracciones mediáticas que nos llenan de odio, xenofobia y prepotencia racial. Nacionalidad: viajante.
El viaje de regreso a Barcelona ha devenido una tortura inquisitorial: 10 horas encajonado en un vagón de tren sin apenas poder moverme. Empero, la estancia en Palencia ha compensado con creces tamaño suplicio.
En la hermosa María se perfila ya una mujer; una dama excepcionalmente sensible; al tiempo corazón y cabeza. Jesús, que se las sabe todas, luce una poblada barba de inequívoca raigambre paterna: asomo de hombre resuelto e inteligente. El bueno de Oscar, recién llegado de Cádiz, me detalló su inminente traslado a Castellón y me reveló algún que otro secreto profesional. Mariano me impartió una clase magistral de economía y tuvo a bien obsequiarme con dos botes de miel pura obtenida de su colmenar (nada que ver con esa porquería adulterada que venden en los comercios).
Angelines y Pilar. Punto y aparte. Peaso de mujeres. ¡Qué he hecho yo para merecer tanto! ¡Ya no quedan zagalas así! Hacen que uno se sienta como el mismísimo Rey Pescador. Pilaruca me prestó dos novelas: La sonrisa etrusca, de José Luis Sampedro, y La aventura del tocador de señoras, de Eduardo Mendoza. “Ambas son muy buenas. Léelas”. Angelines asiente. No hay más que hablar: las leeré con toda atención.
Visitamos un mercado medieval en la localidad de Ampudia. Dicha feria se hallaba ubicada en una de las principales vías del pueblo. A ambos lados de la misma se alzan sobre columnas de piedra y vigas de madera viviendas típicamente castellanas cuyas fachadas se conservan intactas. Finas telas de colores pendían sobre los balcones, engalanando la calle al través. Dos hileras de tenderetes serpenteaban sobre la acera, atestándola de formas, tonalidades y olores: complementos, utensilios de cocina, herramientas, curiosos objetos decorativos, juguetes tallados en madera, alimentos (¡qué chorizo, Dios!), atuendos diversos, ancestrales ungüentos y hierbas que prometían curar todos los males habidos y un burrito amarrado… a la puerta de un bar. Los tradicionales atavíos de numerosos paseantes hacían de ellos inmejorables figurantes. Un corrillo reía las andanzas del insigne Lazarillo de Tormes. Durante un par horas, pues, transitamos por un recinto que destilaba el aroma de otrora.
Me quedo a solas durante unos minutos con la mamá de Pilar. “A las personas mayores no nos matan los años; nos mata la soledad”. Poco después, Fernando realiza un comentario que me acompañará mientras viva: “Tengo algunos sueños aún. Pero mi mayor ilusión es que me entierren mis hijos”. Ante semejantes sentencias, no me queda otra que permanecer en silencio con la mirada clavada en el asfalto de una ciudad, Palencia, que alberga gentes y parajes hermosísimos. Mil veces gracias a todos.