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BOBO HOMBRE EN PARÍS
París. Luz de plata baña sus bulevares y plazas. Frío que pela de veras. Chicas que lucen botas de montar, leotardos y abrigos tres cuartos oscuros; andan tocadas con coquetos gorritos de lana; están guapísimas. Te imagino de tal guisa; mejor aún: tu cuerpecito insinuándose bajo los pliegues de uno de esos elegantes vestidos de época de Le Moulin de la Galette. Recorro, en sendas direcciones y vías, los Campos Elíseos en pos de ti. Te busco en el Louvre, entre la concurrencia que se agolpa, cámara en ristre, frente a La Gioconda (cuyos ojos, ni por asomo, pueden compararse a los tuyos). Ya en Notre-Dame, pregunto al bueno de Quasimodo por ti. Sondeo tus facciones en los retratos de los pintores callejeros de Montmartre. Subo mi vértigo a la dichosa Torre Eiffel y oteo con un catalejo los confines de la ciudad. Ni rastro de ti.
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