jueves, 25 de diciembre de 2008

SIEMPRE ME QUEDARÁ PARÍS

Australia. Menuda decepción. Tres horas de lo más machaconas. No se acaba nunca; y eso que la película tantea, cuanto menos, media docena de finales posibles. Dramáticamente roma. Cuando trata de ponerse seria, mueve a una comicidad involuntaria. Y dale con la dichosa estética de spot publicitario. Cierto es que Baz Luhrmann compone algunos hermosos planos generales; cierto es que el segmento de la conducción de ganado atesora un notable pulso. Pero no basta con ello. La planificación ampulosa, exuberante y crispada de Moulin Rouge –bellísimo filme, por cierto- deviene aquí vacía redundancia. Una soberana tontería, vamos (también lo era Moulin Rouge, pero tenía infinitamente más gracia).

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